por Pascuamejía
Godella 1900
por Pascuamejía
Unas manos tímidas aparecían de tanto en vez por el telón y miraban cuánto público había ya. Eran los prolegómenos del estreno. No tenía que temer ningún vacío porque Godella entera estaba entusiasmada con la representación “Godella 1900” y la cola para acceder al Capitolio tenía varias decenas de metros una hora antes del inicio oficial de la actuación.
Juli Leal, entre bastidores, con su presencia asentada e imponente, daba los últimos retoques a su espectáculo: aquí y allá, abajo y arriba, en proscenio y en platea veía una mota de polvo, un reflector mal enfocado o una toquilla mal prendida. En cada elemento, en cada actor encuentra el detalle aparentemente nimio pero que hará de la representación una obra de arte. Desde mi atalaya privilegiada en la tramoya le oía con atención y admiración: no pierdas el pie, acuérdate de no mirar la silla al sentarte, tendrás que ir al compás del un-dos-tres, un-dos-tres, cuidado esa mantilla al dar la vuelta en el escenario, niña esa sombra de ojos.
Empieza la representación, una serie de cuadros inspirados en la vida cotidiana de Godella o extractados y adaptados por el propio Juli de textos de Chéjov. Los actores entran nerviosos –se nota en las manos temblorosas, en alguna frase trabucada- pero en seguida se aclimatan y la magia del teatro empieza: nos trasladamos a la huerta de 1900 y a partir de aquí seremos espectadores del costumbrismo con que Juli ha decidido retratar la Godella de entresiglos.
Hay que destacar, primero de todo, la entrega y dedicación de los actores, amateurs con escasa escuela y mucha vocación, que en esta ocasión han dado lo mejor de cada uno y han suplido con creces su amateurismo con oficio y entrega. Enhorabuena a ellos. Los duros y prolongados ensayos bajo la batuta del exigente y perfeccionista Juli Leal han hecho de ellos mejores actores y actrices y han dado a la obra una profundidad humana de la que carecería sin la debida técnica interpretativa. Juli ha sabido sacar partido de los registros diversos de sus actrices y actores y, así, son muy destacables las actuaciones de Antonio de Padua Caballer o José Vicente Pérez pero sin desmerecer a los demás porque Amparo Bueno o Isaac Lozano están en la misma línea y el resto del elenco ha hecho que cada cuadro tomara vida veraz y verible ante nuestros ojos de espectadores privilegiados. Por cierto, María Soria, fíjense bien en ella, si sigue y persigue en el camino del teatro puede llegar lejos: tiene maneras y sabe moverse por el escenario como si fuera su casa.
El vestuario, aportado por la gente del pueblo, ha supuesto claramente uno de los principales elementos de éxito de la obra a la que ha aportado colorido y temporalidad. Y el otro gran elemento técnico ha sido la iluminación que ha sabido dotar a cada escena del ambiente que necesitaba: alegre, festivo, melancólico y hasta triste en la excelente parodia de los mozos que miran la acequia y piensan en tirarse. Juli ha utilizado tonos sepias y amarillos para el ambiente general, pero con rojos, blancos y azules fue destacando cada matiz: una mano que tiende un pañuelo, un abanico que aletea como una torcaz, una pierna con vida propia que decide huir cuando su dueño aún no ha pedido la mano de una moza con tierras en la huerta.
La felicitación es obligada: los actores se han esforzado mucho y Juli ha hecho una labor de dirección de actores espléndida. Supongo que el elenco es muy consciente de la suerte infinita de haber podido contar con los consejos y enseñanzas de uno de los principales y mejores escenógrafos de España.
Esperamos desde esta tribuna que el camino emprendido se asiente y que esta pequeña y amateur compañía teatral crezca y se precie de escenificar buenos textos para los que ensaya con esfuerzo. ¿Quién sabe? Tal vez mañana salgan de sus filas los grandes actores y actrices del siglo XXI; solo necesitamos más textos, más ensayos y más noches mágicas de teatro. Gracias Juli, gracias actores godellenses.